Escrito y publicado en abril del 2020 durante la cuarentena a causa del coronavirus, por invitación de la revista TRASHUMANTE (No 7).
En una nación desconocida las habladurías afirman que ha caído un meteorito: quienes lleguen al sitio del impacto, se rumora, conseguirán hacer realidad su deseo más íntimo. Con ello puede considerarse que la palabra ha caído sobre la población y tiene peso para intentar movilizar a algunos de sus miembros. La palabra –o las palabras enhebradas por el impulso de lo racional– adquieren un sentido de parto: impelen a los más inquietos a dar relieve a su sentimiento escondido, a convertirlo en estatua visible si logran arribar al espacio de la concreción. Hasta entonces, el deseo ha sido una estatua esculpida hacia adentro. Los limita e impide el gozo mayor. Por otra parte, la palabra dejó transitoriamente de ser, de algún modo, un sonido para intercambiar ideas; esta ha adquirido una dimensión única: impeler. Extraño que suceda en el gran cine, cuyo carácter se enraíza en la imagen para definirse. ¿Ha sucedido por tanto una reducción? ¿Prosigue la cinematografía arraigada notablemente en la literatura sin poder levantar vuelo y ser un arte liberado? ¿Debe hacerlo? Estamos hablando de Stalker, película rusa dirigida por Andrei Tarkovsky en 1979 y también conocida como La zona.
En una nación desconocida las habladurías afirman que ha caído un meteorito: quienes lleguen al sitio del impacto, se rumora, conseguirán hacer realidad su deseo más íntimo. Con ello puede considerarse que la palabra ha caído sobre la población y tiene peso para intentar movilizar a algunos de sus miembros. La palabra –o las palabras enhebradas por el impulso de lo racional– adquieren un sentido de parto: impelen a los más inquietos a dar relieve a su sentimiento escondido, a convertirlo en estatua visible si logran arribar al espacio de la concreción. Hasta entonces, el deseo ha sido una estatua esculpida hacia adentro. Los limita e impide el gozo mayor. Por otra parte, la palabra dejó transitoriamente de ser, de algún modo, un sonido para intercambiar ideas; esta ha adquirido una dimensión única: impeler. Extraño que suceda en el gran cine, cuyo carácter se enraíza en la imagen para definirse. ¿Ha sucedido por tanto una reducción? ¿Prosigue la cinematografía arraigada notablemente en la literatura sin poder levantar vuelo y ser un arte liberado? ¿Debe hacerlo? Estamos hablando de Stalker, película rusa dirigida por Andrei Tarkovsky en 1979 y también conocida como La zona.
La obra nos muestra a un guía: el stalker (hacedor), paradigma de la fe más profunda en las
potencialidades de los individuos, acaso convertida ya en delirio por su
permanente chocar con el mundo o, al menos, debido a un permanente impacto contra
lo mezquino. Este adjetivo es, tal
vez, la cuerda gastada de la existencia por donde deberán transitar dos personas
que aspiran recalar en la región del meteorito: un físico y un escritor. Es
decir: la indagación científica y la
exploración de lo humano y de su entorno desde lo artístico. Quizás las expresiones culturales más altas producidas
por la civilización, dispuestas a dejarse conducir por un enunciado orgánico y
primario: la fe, el stalker, el guía.
¿Se encuentra en lo primario lo clave en su estado más puro? ¿Se
halla en el pensamiento científico o en el aliento del arte? Físico y escritor
para ir hasta «la zona» buscan refugio en lo
embrionario o simulan efectuarlo para ver qué ocurre. La región donde cayó
el meteorito está cercada por el ejército, pero ninguno de sus miembros se
atreve a ingresar: murieron casi todas las personas que lo hicieron. Es decir
que la fuerza bruta desempeña un rol
aparte en esta búsqueda. Parece no tratarse de la fe a como dé lugar sino de
una acompañada por la plasticidad en movimiento de lo intuitivo, con lo cual el
guía pretenderá conducir a los dos hombres.
Hace un rato se consideró el adjetivo mezquino
como una soga gastada a transitar por ellos… Por contraste, el filósofo germano
Friedrich Nietzsche escribe acerca de una cuerda entre el animal y el superhombre
que debe recorrer la condición humana hasta definirse como un «humano último». ¿Qué
limita a este? «Es incapaz de despreciarse a sí mismo»,
asegura el germano, «y por ende incapaz de convertirse en superhombre. Se trata
de su etapa más crítica».
¿Es el ego entonces su barrera? ¿Uno
devenido en egoísmo para consigo y que le impide explorar otras posibilidades existenciales?
¿Ha hecho de sí una estatua y la lleva por dentro?
Lo mezquino, soga desgastada a transitar
con el riesgo de caer al abismo. ¿Por qué no encaminarse a través de lo
generoso o sus afines? Sencillamente, es el resultado de la existencia. Dejemos
caer esta cuerda sobre el paisaje por donde se desplazarán los tres sujetos,
que se diluya en el mismo.
Con sigilo y mucho riesgo logran superar el
cerco militar o fuerza bruta. Pronto se los observa en primeros planos (registro
de sus rostros) al avanzar en una vagoneta de tren por rieles abandonados: es posible
que esos planos nos comenten que la naturaleza superior de la hechura humana,
lo que piensa, corrige sentimientos y endereza acciones, procurará reinar en
adelante… Atrás queda lo conocido como vieja cultura o estatus quo.
Han abandonado la vagoneta y ahora tienen
delante un paisaje verdoso que el
stalker define como lleno de
peligros. Asegura que ir en línea recta sería lo peor; deben dar rodeos y
efectuar consideraciones sobre lo que se ve y se siente para no perecer:
entiéndase «no caer al abismo». ¿La cuerda nietzscheana? ¿El espacio a recorrer
hacia el superhombre? El guía lanzará una tuerca y los tres se dirigirán tras ella.
Se volverá a impeler e irán hasta el sitio en que cayó. Así, tantas veces como se
lo requiera hasta llegar salvos al sitio anhelado. Una tuerca. ¿Algo mejor que
un objeto hecho de sustancia elaborada por la tierra para trazar la ruta
perfecta? ¿La sensibilidad inexplorada del mineral es lo trascendente?
Corresponde marchar sin interferencia de
la palabra y en estado de trance, ser engranaje con el objeto arrojado por el
guía, el físico y el artista, en turnos. Existir como parte del silencio para
poder escucharse a uno mismo y también a las notas de la quietud para poder
examinarlas a fondo. Que el corazón y la mente dibujen solo un soplo justo, mas
salta una duda y luego otra: ciencia y arte no se acoplan. Los hombres que las
representan discuten acerca del sentir y la consideración más apropiada para
una situación como esa. No creen realmente en el guía: la intuición pura. El no
acuerdo se da en palabras que son piedras donde trastabillar, no es enunciado
que ensanche y haga más segura la cuerda.
Otra vez la película ha incurrido con
vigor en la expresión oral para buscar su reflejo fílmico particular, acción que
mantendrá indistintamente hasta el final. Por lo general, la imagen muestra las
siguientes actividades de los tres personajes: caminar, detenerse, sentarse,
acostarse, discutir, hablar, susurrar… Actos que intentan dar con el estímulo
exacto para avanzar sin peligro. Se configura con ello una suerte de escenario teatral,
de radionovela, de diálogos que a veces adquieren tono de ensayo: se aprovecha el
espacio para ubicar a personajes y objetos en función de las reglas más
clásicas de la fuerza pictórica. Puede entonces que no se trate de una
reducción del cine sino que se lo deconstruya en las diversas artes que lo animan
como idea: si todo se encuentra desarmado, hay coherencia con el desplazamiento
de los protagonistas en procura de su sentido propio.
De nuevo chocan pareceres el escritor y el
científico, luego hacen burla de ese movimiento verbal. El stalker dice que
está bien, que la verdad nace de la confrontación: esta podría orientar algún
paso. Aseveración del escritor contra el físico: «la existencia de toda
tecnología y de toda máquina no pasa de representar muletas, un miembro
artificial para el avance de la humanidad». Considera que el individuo «está
para crear obras de arte». A diferencia del resto de actividades humanas, «esta
es altruista, un eco de la verdad absoluta!», grita. ¿La verdad estará
incrustada lo justo en el flameo de su resuello?
Cuando se mencionó la existencia de sus
primeros planos (rostros de los andantes) al transitar en la vagoneta, se
indicó que acaso con ellos se pretendía enfatizar en el trazado superior de la
especie humana (y no en sus pies): la
capacidad de generar ideas aptas para provocar sentires adecuados y actitudes
pertinentes como para moldearse en la frecuencia necesaria durante el ir hacia la
meta esperada. Eran primeros planos, por tanto, un «cine más puro» según la tendencia
histórica de este arte, lo que quizá sugiere un ensanchamiento del uso del
primer plano más conocido. El primer plano se convierte en una panorámica. Más todavía,
con el pensamiento llevado para adelante en la vagoneta se amplía el tono
narrativo del cine.
El lenguaje de planos busca elaborar un
camino, quiere establecer una dialéctica.
Las
imágenes con frecuencia se muestran en deterioro a través de lo agreste
(primigenio) y proceden de la ejecución humana: tanques de guerra oxidándose,
un auto quemado, agua empozada a la manera de un lago sucio en un túnel de
fierro descompuesto, además de un oleaje de arena petrificado… Deseable para
alguien que lo viera todo desde fuera, que los colores y las texturas se convirtieran
en un trazado de algas sin fortaleza, al alcance de su mano: una
desmitificación de la existencia. Pero ¿es necesaria esta marcha? ¿En verdad se
la quiere? La duda de los personajes es un tracto oscuro del universo. La
semblanza artística de la película quisiera ser una sombra del firmamento discurriendo.
Hay nuevas argumentaciones y réplicas en los andantes. Pensando en positivo,
digamos que el trayecto recorrido por los tres podría ser el significado de una
letra y que quizá la conciencia anhelada los asiste, sin embargo…
Fiel a la idea de A. Tarkovsky, en el
montaje (combinación de tamaños y propósitos de los planos cinematográficos) no
está la vértebra superior de esta película ni del cine mismo, como suele
considerarse lo apropiado; la acción se desarrolla solo en un plano hasta que este
adquiera significado propio con el tiempo transcurrido que se ha encapsulado en
el mismo como un gran aliado. Esto abre la posibilidad para que el plano
siguiente tenga sus particularidades. Es decir, que el tiempo en el interior de
las tomas es una piedra pesada a horadar, traslúcida, densa, donde todo cuesta:
comunicarse, comprender, armonizarse, encontrar un espacio para la alegría. Será
por ello que el director habló de «esculpir el tiempo» del cine como vía para
declararlo un suceso artístico. Además, pidió a Eduard Artémiev, compositor,
que la música de este filme fuera sonidos de la naturaleza de manera que, al
filtrarse en los aparatos electrónicos, alcancen los ecos y las resonancias de
una pieza instrumental. Para el director ruso, la naturaleza era la música en
sí. Debía trasladarla de un envase (originario) a otro (aparatos producidos por
la civilización) para ubicarla en las imágenes de sus películas… Como si le
hiciera un guiño a la alquimia. ¿Se considera la mano suelta de lo anhelado?
En este trayecto recorrido por el guía, el
científico ha intentado abrir caminos, llevar el hilo de la vida como si fuese
un barrilete. El escritor procuró seguirlo y contradecir. La ciencia no logra
dar plenitud a su propósito. El stalker es un lazarillo de hablar
rápido para que su verbo procure ser réplica del palpitar eterno… Científico y
escritor: solo eminencias. Más allá, la nada: matriz de cada anilina y ligazón.
Todas las personas van a la espalda de los tres viajantes. Cualquier cálculo
mental se transforma en leña. ¡Gritos! ¡Desespero! El escritor quiere
distraerse pateando objetos caídos pero salta el guía: a la conciencia se la
respeta… ¡Cuidado algo de eso sea ella! Para arribar a la misma, deben hacerse
a un lado las inconsistencias. La acción literaria debe apartarse de lo
superfluo. El escritor se molesta: ¿está acostumbrado a la ficción?
Se ha arrojado muchas veces la tuerca e
ido por ella. ¿Se orbitó el mineral hasta ser sus satélites perfectos y de ese
modo los puso delante de la meta? ¿Lograrán ser ciencia y arte, juntos, lo más
vasto?
¿LA
FUERZA BRUTA SE TRASLADA AL ESCRITOR Y AL CIENTÍFICO COMO NUEVO CERCO?
El escritor está enfadado por lo que el
guía le ha hecho vivir hasta llegar a esa casa solitaria y derruida que es la
habitación donde se cumplen los deseos. Lo acusa de ser un traficante de almas…
La manifestación incrédula, ha vuelto a erigirse; la sensibilidad del literato
no se fundió con el esfuerzo efectuado para arribar a ese lugar tan requerido.
Ahora dice no tener ningún deseo. ¿O ya piensa en escribir un nuevo libro con
todo lo experimentado? ¿El escritor (los artistas) no son en realidad el
peldaño idóneo para alcanzar la antesala del superhombre? Paradójicamente, parece
ser el científico (la representación de la presión mental por encima de la
sensibilidad artística) quien cree verdaderamente poder estar en un sitio donde
se cumplen los deseos… Temeroso de que alguna persona se presente con malas
intenciones, quiere eliminarlo con una bomba que tiene en su mochila. ¿O en
realidad quiere destruir tamañas características de un espacio para que las
posibilidades de su oficio den un paso adelante? El stalker, en crisis, argumenta para que no lo
arrase, llora, implora; el científico se conmoverá. Volviendo al pensador
alemán, las tres transformaciones enunciadas en su obra: el camello, el león y
el niño, proceso que lleva al superhombre, aparentan representarse en dos de
los intérpretes de la película. El camello es ese que carga, cual joroba, el
peso de la moral invertida de los valores cristianos: en el filme muchas veces
la carga abruma a los dos personajes siendo quizá el simulacro de la fe la
mayor. El león cuestiona la moral, además de interrogarse las cosas, reta el
deber ser kantiano, inquiere en el por qué se hacen las cosas: con base en lo
expuesto los personajes construyen con frecuencia su discurso. Por último,
tenemos al niño, creador natural de su propio juego: sería la curiosidad y, en
ocasiones, los rasgos de inocencia sosteniendo el viaje de los protagonistas de
esta obra. ¿Y el guía? Aunque realmente no fuese tal, en esa palabra pudo
hallarse incrustada la dignidad de ambos. Tal vez fue un espacio de
abastecimiento. Un auténtico borbotón de lo íntimo. ¿Un verdadero último hombre?
Uno que ya no echa raíces en Dionisio para disponerse a asumir la totalidad
metafísica. Una expresión sin interferencia. Y si ha visitado algunas veces el
sitio que da la satisfacción mayor, ¿por qué no se quedó allí? ¿O al retornar
dio un vuelco a su vida? ¿O su mayor deseo es que continúe buscándolo gente
para poder conducirla a «la zona»? ¿Es el gran sacrificado? ¿Un Cristo? ¿Le
correspondía a él una corona de espinas que en algún momento se puso el
escritor durante la marcha?
Todos
vuelven a la ciudad, el pensamiento científico y el arte seguirán su camino como
siempre, sin converger. Al guía lo esperan su mujer y su hija, su consuelo. Atrás
queda «la zona» como un envoltorio del sueño. De esa forma se estira el día a
lomo del planeta. La escena es sombría… La luz tenue, ¿única flor?