En Bakú lo azul se revolcaba entre las
olas. Frente al mar, lo ocre abatía con su sola presencia las paredes de las
casas… Despaciosa, transcurría mi guardia.
El otoño deambulaba por las innumerables
mesas de billar ubicadas a lo largo del puerto. La humedad, colgando de todas
partes, a punto, de precipitarse.
¡Vacío dispuesto!
Las calles se recogen encerrándolo todo a
la fuerza y, más tarde, se estiran hasta morir.
Con ilusión juego solo en una de las mesas,
el viento helado aviva mis anhelos y a otros jugadores, dispersos.
Aunque los afanes quemaran,
continuábamos jugando.
Hacerlo, era esperar.
A nuestro lado el Caspio, agitándose muy
alto para entrechocar sus letras.
A este lado de la cortina agitada, el mar,
nosotros aguardando.
Y a nuestro sitio,
lentamente, lo amorataba la espera.