Atroz el mar, azotando el cuerpo contra
vergeles solos, hacía saltar las barcas de ayer.
Aquí…, muy cerca, a la sombra de una
palmera alta, las de hoy…
Yo, el caminar, delante de todo. A veces haciéndolo de costado
y, en ocasiones, simplemente sentándome en los silencios de atrás, equivalía,
de algún modo, a encajar.
Y así me salvaba…
Yo moraba abajo donde todo perdía el
nombre y el tono; pero, a ratos, iba para mirar el mar arremeter contra los
vergeles solos.