Espuma de mar salpicaba los adornos de la
casa. Y era normal, al transcurrir el verano siempre subía la marea.
Como la gente abandonó la ciudad, solo,
desde la ventana, él miraba al agua ir y venir.
Lejos de allí, los demás, con sus
ilusiones. Ahora, qué gran intimidad la suya...
Tan grande que podía mirar a los muertos.
Y fue así que llegó hasta
su madre.
El sarcófago poco a poco había sido
pintado por el vuelo de los pájaros y no se notaba espacio vacío. Las aves
dieron una segunda mano a la caja, se marcharon despacio para conformar, luego,
en la noche, el parpadeo de las estrellas.