No
era muy grande. Al centro estaba el géiser. Los árboles de capulíes alejándose hacia
los costados daban saltos sin que nadie lo notara. Hacia el atardecer las casas
delicadamente arrimaban sus mejillas entre sí.
El cementerio: trampolín al
vacío.
O, a veces, una huella en
relieve alto.
De esa forma, mostrándose para mí, aún no
sé por qué razón…, tal vez a causa de que por ocasión primera había salido yo en
serio de mi país.
Las mañanas y las tardes,
trepando por todas partes, una gran enredadera. Viviendo en la casa grande me
gustaba salir a toda hora para contemplar el árbol de agua que, además, era un
puntal.
La noche, siempre hojarasca inmensa. Y la
figura, ausente de ella, mano extendida de las estrellas.
Herlany, ahora… Dónde estás.